Las dos guatizas
De Guatiza, la de Santa Margarita, y de su homónima, la del Cristo de las Aguas, del cultivo de la cochinilla y del Brujo Cháves, y de otras cosas peregrinas.
Para llegar a las dos Guatiza hay que cruzar el puente de la Vega Vieja, acaso la mejor escapatoria de los suspiros, conceptos y endechas, que siempre han caracterizado a este poblado siamés. Las dos Guatizas, aunque parezcan soldadas por sus costillares, no tienen igual edad. La Guatiza de Santa Margarita data del siglo XVI y la del Cristo de las Aguas es un siglo más joven que su homónima. Empero, las dos Guatizas ven el mar azul salpicado de extraños carabos, y ven nerviosos alazanes moros que irrumpen por la brecha del caserío, apenas asocado por el monte Tinamala. Las dos Guatizas sueñan cada noche con la muerte, el hambre y el peligro…
En los primeros años del 1600, nace Guatiza sobre un mamelón achatado que cae exactamente sobre La Vega, famosa ésta por ser rica en garbanzas, blandas y sabrosas como las papa de la tierra. De las garbanzas de Guatiza se dice que tiene mucha ternura y que por eso se hacen pura delicia en cualesquier puchero cristiano. Los primitivos pobladores de Guatiza se rasuraban la cabeza y tenían barba abundante, eran trabajadores y les gustaba la carne seca con tortas de harina de cebada. Vivían en pequeñas casitas de lodo y piedra, que fueron mejorando con los años hasta enjabelgarlas con cal, cosa que hizo visible el caserío desde el océano, llamando la atención de los bereberes, que por ese entonces vivían dedicado a la rapiña por todo el litoral lanzaroteño (1). Los moratos solían arribar por Puerto Moro, adonde se va para la Vista de Las Nieves, un poco al norte del Riadero y de la Cueva de la Arena. En la caleta del Riadero apareció flotando un crucificado de algún valor (2), que al poco hizo el prodigio de atraer las lluvias tan deseadas, precisamente cuando el pueblo andaba en crisis terrible debido a la pertinaz sequía de tres años consecutivos. El milagro del Cristo le valió el sobrenombre de «Cristo de las Aguas», y en su honor Guatiza levantó iglesia.
En el Riadero se bañan las mozas de las dos Guatizas, pero sin propios atavíos, a no ser los zagalejos que se les pega a las carnes ocasionando atrevidas transparencias. Por eso, quizá, sea Riadero exclusiva «piscina de las mujeres», pues éstas o consienten que los varones buceen por sus aguas, y los mandan a que tomen el fresco en Las Caletas. Empero, en las inmediaciones, por el Arquito y la Cueva de la Arena, las mozas han permitido la presencia de un tipo curioso y romántico. Se trata del célebre Pedro Avero, que fabricó, a su manera, un pintoresco chalet -hoy ruinoso-, donde el legendario personaje vivió su vida como un sibarita. El chalet no pasó de ser un verdadero camarote de barco, con sus literas de latón, sus náuticos bombillos y sus cortinas de tela estampada. El extraño Pedro Avero allí hizo retiro del mundo, aunque sin privarse de las codicias de la carne, pues enamoriscado de una estupenda «palmera», acaso anacoreta como él, hacía pía y poética coyunda a la orilla del mar. Un día desaparecieron los enamorados, y las dos Guatizas han hecho leyenda y tradición del tal episodio, que suelen narrar las jóvenes mientras se bañan luciendo sus zagalejos coloristas:
«¿Quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchita
los más verdes años
de mi mocedad»
Dexadme llora,
Orillas del mar…»
No es lo mismo hablar de Guatiza la de Santa Margarita, que de Guatiza la del Cristo de las Aguas, porque la primera es vieja, empinada y fría, muda y sin facciones peculiares. Lo que más caracteriza a esta parte del pueblo siamés es su iglesia-cementerio, adonde acude el vecindario cada año para festejar a la virgen mártir y llorar de paso por los difuntos. La iglesia de Santa Margarita no tiene mayor importancia, pero sí el cuadro historiado de escuela flamenca, y que conserva por puro milagro, aunque con algunas desgarraduras, consecuencia de los sayones que en cada cita del martirio de la Santa aparecen. Una letra gótica, muy caracterizada, ilustra la rapsodia del valioso cuadro, que no debe restaurarse sino conservarse por se una gran pintura. La Guatiza del Cristo de las Aguas está en baja tierra, y su ubicación obedece a una realidad histórica, cual es la que hizo abandonar a la Guatiza de arriba, donde los moratos irrumpían para robar cabras y gallinas, y alguna que otra moza, hasta el punto de que una noche a una recién parida le desmantelaron la casa delante de sus propios ojos. El éxodo de los vecinos de la Guatiza alta hacia la vega hizo posible que los moros no volvieran a desembarcar por los caletones de la Tía Vicenta ni por el Puerto Moro, que de ello le viene el nombre. Por eso en Guatiza se sueña todavía con la muerte, el hambre y el peligro, dando categoría atlántica a un tipo de romance esencialmente canario:
«Laurencia se fue a bañar
sus carnes blancas y bellas,
vino un barquito de moros
y a Laurencia se la llevan.»
Eso que tan fríamente se llama historia en Guatiza se oye gritar hasta por entre las grietas de las mismas piedras. Nada más que eso es Guatiza, un amasijo de mito, de historia y de leyenda:
«Aquí se muere a estocadas
y a balazos roto el pecho.»
La tierra siempre fue inhóspita y el mar amenazador. Cuando no venían los carabos de Berbería, era algún galeón turco en son de guerra. Esa realidad pretérita se le ha quedado en el hondón de los ojos a Guatiza, y de ese modo sus mujeres, como nuevas Penélopes, tejen y destejen su propia comedia. La historia de Guatiza es una historia breve, porque acaso Guatiza tenga primeramente su mito y después su leyenda. Las brujas se dan por aquí como insectos hemípteros, y el espiritismo se ha practicado bajo las formas más absurdas y capciosas. Así vemos cómo en tal cual casa una vieja gorda, zafia y mordaz, logra sendos diálogos con los muertos sin otro intérprete que una simple mesa de tres patas. ¡Pobre Guatiza mía! ¡Cómo deben abrasarte los demonios inventado por el viejo Chaves! Don Antonio Chaves, brujo de tomo y lomo, llegó a tener gran clientela, y su prestigio rebasó la angostura de su isla natal para llegar a todas las restantes del Archipiélago, en particular la de Gran Canaria. Don Antonio Chaves curaba el cólico «Miserere» a base de soplar por el ano de los enfermos, valiéndose de un sencillo fuelle de fogón. Don Antonio Chaves era, antes que nada, un clarividente, y tenía excelentes conocimientos farmacológicos. El brujo de Guatiza tuvo una sola derrota en su vida, y fue la que le hizo el demonio que poseía su hija doña Basilisa Chaves, que no podía soportar el santo nombre de la Cruz de Cristo, ni la presencia de un cura, o cualesquier objeto sagrado, incluso la música. El viejo Chaves no pudo dejar en herencia su extraño secreto, porque su hija, embarazada, por obra y gracia de Dios, descubrió que el brujo andaba preparando al futuro nieto ya desde el vientre de su madre. Este contratiempo hizo gran mella en su ánimo, por lo que decidió morirse, y se murió llevándose el secreto de sus raras artes a la otra vida. Al mito de Guatiza pertenecen hoy las visiones de Chaves, porque este hombrecillo acogotó al pueblo con una fe ambivalente, y que con los años el pueblo ha trocado en comedia fácil de representar:
«Los ojos escaldado de tu llanto,
tu rostro cadavérico y hundido;
único desahogo en tu quebranto,
el histérico ¡ay! de tu gemido…»
A la entrada de Guatiza hay preciosos eucaliptos en ringla, que refrescan y aroman el aire que galopa vega arriba. Vense tres molinos de viento con velas de lona, o aspas de foques latinos, como las escandalosas de los barcos veleros. Las casas se juntan y se separan de tramo en tramo, y tienen pircas blancas y muros de piedra que cercan a los nopales infectados por la cochinilla, y aquí o allá siempre hay palmeras que no son muy altas.
Las dos Guatizas son las promotoras y conservadoras de la cochinilla en Lanzarote, cuyo nombre técnico es «Dactilopius coccus», insecto originario de Méjico, y que trajo a estas islas el farmacéutico Villavicencio, que encontró, no sólo serios obstáculos, sino también la más enconada oposición por parte de los agricultores canarios, escandalizados por el intento de querer «infectar sus tuneras con el desconocido hemíptero. No cabe la menor duda que la cochinilla hizo resurgir el provenir del campo lanzaroteño durante muchos años, en particular a fines del pasado siglo y primer lustro del presente, pues según registra el ingeniero jefe de la Sección Agronómica de Las Palmas, don Antonio González Cabrera, en 1929 alcanzó valores de 6 y 7 pesetas la libra, mucho más altos a los superiores habidos en la época de su mayor esplendor.
Empero hoy, la cochinilla se cotiza a 100 pesetas la libra, y se considera un precio regular, lo que quiere decir casi lo mismo que Jorge Manrique en sus inmortales versos.
Aunque son varias las clases de tuneras en las que es posible la vida de la cochinilla, generalmente se prefiere el nopal blanco, que ofrece un sabroso y fresco chumbo y, a la vez, sus pencas como jugos forraje. La plantación puede hacerse plantando las pencas directamente, o por replantación de palas previamente criadas y enraizadas en viveros. La primera es rápida, pero exige unos dos años para que pueda ser infectada de cochinilla; la segunda, como va al terreno con cuatro o cinco palas, puede al años de la replantación recibir a los insectos. La «pega» de cosecha consiste en recoger con cuchara las cochinillas de un cultivo anterior, en el momentos del desove (parto), el cual se reconoce no sólo pro el desarrollo alcanzado y desprendimiento parcial de los hemípteros, sino porque en la parte superior de las «madres» comienzan a verse las diminutas larvas cármines. Con tales «madres» se llenan pequeños sacos de «rengue», tela tosca que se hace de la estopa del cáñamo de Java, para colocarlos sobre las palas de los nopales, que la nueva cochinilla infectará debido a su frenética reproducción durante el estío (4). La colocación de los sacos, o «chorizos», se hace desde el amanecer a la noche, siendo muy conveniente los días soleados para que el desarrollo de las larvas se efectúe con rapidez y normalidad. Resulta una labor minuciosa, donde prácticamente son las manos femeninas las que realizan tal delicado trabajo. Los hemípteros hembras una vez pegados ya no vuelven a moverse, pero los machos, que están dotados de altas, van de nopal en nopal para fecundar a las hembras, y luego de cuyo acto mueren estoicamente.
A los dos meses y medio, poco más o menos, en septiembre y en octubre, tiene lugar la recogida de la cosecha. El momento de la recogida se conoce gracias a la particularidad que muestran los insectos, ya que la cochinilla gorda y grande comienza a desprenderse de sus seis patas hasta quedar prendida al nopal solamente por su pico o trompa. Es esta una labor exclusiva de las mujeres, que con toda delicadez proceden al desprendimiento de los insecto con una cuchara de largo mando y que depositan en la maligna, o patena, propia de este cultivo. Así que tiene lugar la cosecha, se procede a matarlas y desecarlas para la venta., siendo esta operación la más sensible de todas, pues el menor descuido puede desmerecer la presentación del preciado artículo. En Guatiza se extienden los insectos sobre un suelo límpido para recubrirlos con ceniza de pencas, y después se criba haciendo vaivén, no sin que antes hubieran puesto al sol la totalidad de la cosecha durante 3 ó 4 días. El cultivo de la cochinilla es la gran misión de la mujer de Guatiza, porque para un solo celemín de tierra se precisa unas ocho mujeres, y un solo hombre para ir despencando, o acaso para evitar que las mozas se entretengan alegando acerca del próximo baile.
Los vecinos de Guatiza pidieron a grito pelado que se les comunicara con el Puerto del Arrecife, para que los carros que bajaban sus garbanzas y su cochinilla no se atascaran por el viejo camino. Los públicos poderes le respondieron en 30 de enero de 1903 que las obras se podrán hacer por cuenta de los parroquianos, y en especial con la aportación de la Excma Señora Condesa de Santa Coloma, principal propietaria de la Vega. Los vecinos de Guatiza siguieron gritando, pero ni pum. Hoy cuenta con flamante carretera que es orgullo del pueblecito siamés.
El hombre de Guatiza casi siempre es un tipo adusto y enjuto, aunque a veces se le ve reír torciendo el labio belfo, pero es trabajador y asceta, ahorrador por sentimiento más que por abundancia de capital. Empero, las mujeres son guapas y curiosas, más sacrificadas que los hombres, porque se van al campo desde la madrugada para regresar avanzado ya el crepúsculo. ¡Moruno crepúsculo el de Guatiza! Que la mujer de Guatiza viva más en el campo que en casa se explica debido a que come sancocho en las fincas, y por las noches potaje de lentejas o de chícharos, que ellas hacen con suficiente grano para recalentar durante tres o cuatro días. Así las labores de cocina no entorpecen a las faenas del campo. El hombre, come, calla, y ahorra. No es tacaña consigo la mujer, porque si bien es cierto que trabaja de sol a sol, también es verdad que se les ve en La Imparcial (5) con sus buenos y caros vestidos, o con gabardinas de colorido americano, como dicen, muy dignas y validas de sí, con cierto airecillo aristocrático que contrasta con sus maquillajes escandalosos y recargados. Ya en 1920 la mujer de Guatiza era educada por las alígeras manos de don Manuel Martinón que, aparte de buenos modales, las enseñaba a tocar el piano. Quizá fuera el mismo don Manuel quien enviara a Guatiza el 7 de noviembre del 26 a doña Dolores González para adiestrar a las chicas en bordados y costura a máquina.
Los moros ya no son en Guatiza bronca y épica realidad, sino soñada aventura de las anteriores generaciones, pero en la mentes de las mozas bullen huestes y muchedumbre mientras cantan:
«Laurencia se fue a bañar
sus carnes blancas y bellas,
vino un barquito de moros
y a Laurencia se la llevan.»
(1) Se trata de las invasiones de Calafact (1569), de Dogalí (1571) y de Amurat (1586), que abarcan un espacio de 17 años, en cuyo período de tiempo hubo varias incursiones de poca importancia.
(2) De la tradición.
(3) Nuestra opinión la han compartido diversos técnicos, entre los que podemos citar al profesor Marco Dorta, de la Universidad de Sevilla.
(4) La media de esos sacos, de malla clara, es de una cuarta de largo por tres dedos de ancho, y una cabida de dos onzas.
(5) Casino de pro que se inauguró el 18 de julio de 1926.
Lanzarote – Agustín de la Hoz
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