Teguise, Lanzarote, Año del Señor de 1730. Historia y situación a la partida hacia Texas.

En 1731, y después de un año de viaje, un grupo de diez familias españolas llega a San Antonio, Tejas. La Corona española respondía de esta forma a la petición hecha por el Virrey de la Nueva España, en el sentido de poblar el norte novohispano y estabilizar así el territorio. El viaje y el asentamiento es financiado en su totalidad por España, son nueve familias provenientes de la isla de Lanzarote y una más de Gran Canaria. El viaje largo, duro, con todo tipo de problemas, en el que varios integrantes mueren por diversas causas, y durante el cual, también se produce algún nacimiento y varios casamientos.

A través de un repaso histórico de lo acontecido en la isla de Lanzarote y de sus condiciones de vida en 1730, se trata de conocer las motivaciones de este grupo humano para, sin echar la vista atrás, iniciar una nueva vida en un territorio salvaje, tan lejano y tan desconocido.

Estado de la cuestión

Lanzarote ha experimentado a lo largo de toda su historia una enorme emigración causada por múltiples factores, escasez de alimentos, presión demográfica, sequías, depreciación de los cultivos, epidemias, altos impuestos, diezmos, invasión de langostas, invasiones de piratas y erupciones volcánicas. A veces la decisión de migrar fue tomada voluntariamente, aunque empujada por los acontecimientos, pero otras, no tanto, ya sea por la captura de la población para su venta como esclavos o por las levas, que consistían en el reclutamiento de hombres para afrontar las guerras en Europa. Los destinos elegidos en las migraciones voluntarias eran las otras islas más ricas del archipiélago canario y las tierras americanas.

En América, a principios del siglo XVIII, existe una zona comprometida y amenazada por otras potencias europeas, el norte de la Nueva España, y allí, en Tejas, en San Antonio, son precisos nuevos colonos que asienten el territorio.

El rey Felipe V dicta la Real Orden de 14 de febrero de 1719 en la que se decía: “Mando y ordeno que haga conocer mi real voluntad en esas islas y vea si hay familias que quisieran ir a La Habana y a Texas, si ellos lo deciden voluntariamente y no en otra forma”. En un principio, el Virrey solicitó el envío de 400 familias para poblar la incipiente San Antonio, pero solo nueve familias lanzaroteñas y una de Gran Canaria, tomaron la decisión de emigrar.

El Rey de España puso a su disposición todo lo necesario para llevar a cabo la empresa, incluso se estableció el pago de un real por persona y día, a modo de salario, hasta su llegada a San Antonio (Fariñas, 2006), dicho pago se prolongó durante un año más, hasta la obtención de la primera cosecha, todo sufragado en su integridad por España.

Como veremos más adelante, las condiciones de la isla no dejaban otra elección más que la de emigrar. Las nueve familias estaban compuestas cada una por dos adultos y sus hijos, en su mayoría de corta edad. Los hombres adultos se declararon labradores, sin otros conocimientos, tampoco sabían leer ni escribir y su condición era muy pobre.

Juan Leal Goraz fue declarado, parece que, sin el beneplácito de los demás viajeros, jefe del grupo. A la llegada a San Antonio, dónde ya había asentada una importante población compuesta por civiles, soldados del presidio con sus familias, españoles de origen Tlaxcala e indígenas hispanizados, siguieron las instrucciones del rey de formar un cabildo o ayuntamiento, del que Juan Leal, fue elegido primer alcalde.

En San Antonio se les entregaron tierras de labranza, animales y semillas, además de la compensación económica que ya habían recibido a su llegada a Veracruz. El Rey, mediante cédula real, y a modo de compensación por los trabajos en la reubicación, les concedió el título de “hidalgos”, el más bajo en la escala nobiliaria española. Este título pasaba de padres a hijos en dos o tres ocasiones como máximo. Para contextualizar su importancia diremos que, en 1787, había en España más de 500.000 hidalgos sobre un total de 10.280.000 españoles, lo que supone el 5% de la población. Se daba la paradoja que en algunos pueblos de la península había más hidalgos que plebeyos. Todo se originó durante el reinado de Felipe II quien, en las leyes de indias, otorgaba este derecho a toda persona que poblase, conquistase, o pacificase nuevos territorios para la corona. Ley derogada por los reyes borbones quienes no podían concebir una cantidad tan elevada de súbditos exentos del pago de impuestos por su condición de hidalgos.

Seguramente el rey, en el momento de otorgar la cédula, no sabía que estos emigrantes llegaban a una ciudad ya fundada y poblada. Los españoles de Lanzarote se encontraron en San Antonio unas 2000 personas, entre ellos indios hispanizados, de origen Tlaxcalteca, que acompañaron a los frailes franciscanos en su llegada al lugar en 1718, y que fueron parte fundamental en el desarrollo de la villa, y una importante población indígena, los Payayas, residentes en el territorio que ellos llamaban Yanaguana, antes de la llegada española. Todos ellos eran ciudadanos españoles de pleno derecho para la Corona española. Los primeros, desde la conquista de México por Hernán Cortés, y los segundos, desde su conversión y bautismo como cristianos, hecho que quedó registrado en el Libro de Bautismos de la Misión de San Antonio de Valero (Fig. 1), estos indígenas vivían como vecinos en la Misión.

Figura 1. Fotografía del autor

Geografía de la isla

Lanzarote, es una de las siete islas principales que conforman el Archipiélago Canario. Forma con Fuerteventura el grupo de las Canarias orientales.

La isla está jalonada de conos volcánicos, algunos aparecieron en el pleistoceno, y están casi desmantelados, los más recientes, aparecidos entre 1730 y 1735, que cambiaron la geografía de la isla.

Su clima es subtropical subdesértico, con temperaturas altas y ausencia de lluvias. La mayor altura es de solo 671 metros, eso impide que los vientos alisios descarguen su humedad en la isla.

Por otra parte, debido a su proximidad a la costa africana, sufre de forma periódica un fenómeno atmosférico denominado calima, en el que, el aire cálido y el polvo del desierto africano, son arrastrados por los vientos cubriendo los cielos y aumentando las temperaturas.

Figura 2. Imagen Wikimedia Commons.

La zona central de la isla está ocupada por un gran campo de lava originado por las erupciones de 1730. Aún se suma otro proceso importante, el Jable, que es la acumulación de arenas calizas que los vientos esparcen por toda la isla. En el resto del territorio existe lo que se llama “malpaís”, suelo únicamente apto para el ganado, donde escasamente crecen los matorrales y las plantas silvestres de la zona.

Toponimia de Lanzarote

Según Pierre Bontier y Jehan Le Verrier, que son los cronistas de Le Canerien, la isla era conocida por los indígenas como Tyterogaka. Después, George Marcy encontró que este nombre provenía del beréber, el idioma hablado por las tribus nómadas norteafricanas. Según Marcy, “si la transcripción francesa es fiel, podemos restituirla fonéticamente en *ti-terugakkaet” que significaría “la que está quemada, la ardiente”. (Marcy, 1962:259)

En 1339 se publica el mapa de Angelino Dulcert, cartógrafo mallorquín, en el que figuran varias islas atlánticas, en el mapa, la isla es denominada Insula di Lanzarotus Malocellus. Algo que no deja dudas sobre el origen de su nombre, ya que el marino genovés Lancelotto Malocello llegó al archipiélago en una fecha anterior. Había salido de Génova a la búsqueda de otros marinos genoveses y, siguiendo la ruta del sur, más allá de las columnas de Hércules (El Estrecho de Gibraltar), habría llegado a las Canarias Orientales.

Lancelotto permaneció en la isla cerca de dos décadas, vestigio de su estancia es el castillo que ordenó construir próximo a la montaña de Guanapay en Teguise (De León, 2010).

Los aborígenes y su procedencia

Los recientes estudios genéticos sumados a los estudios arqueológicos, culturales y lingüísticos reflejan que, el origen de los aborígenes canarios está en los bereberes del norte de África. Dependiendo de los estudios, la fecha en que estos llegaron no debió ser anterior al 500 a. C. ni posterior al 50 d. C.

La cultura bereber parece no haber dominado el mar y las islas no son visibles desde tierra africana, por tanto, habrían necesitado de la colaboración de alguna otra cultura que reuniese las dos características, dominio de la construcción de barcos suficientemente fuertes para acometer una navegación en alta mar, y conocimiento previo de la existencia de las islas, evidentemente por haber navegado hasta ellas.

Tampoco es conocido que los aborígenes canarios dominasen la navegación. Cuando los europeos llegaron en el siglo XIV no encontraron ni un simple bote con el que pescar, ni tampoco embarcaciones para trasladarse de isla en isla. En Lanzarote, como veremos más adelante, habría sido imposible construirlos al no existir árboles en la isla.

En caso de haber sido fenicios o cartagineses los que llevaron a los bereberes a poblar las islas, debió ser entre el 500 a.C. y el 146 a.C. año en que Cartago es conquistada por los romanos. Las similitudes culturales entre los aborígenes canarios y los bereberes, y las influencias fenicias y púnicas comunes a ambos, parecen apuntar en esa dirección, los cinco o seis siglos en que ambas culturas convivieron en el norte de África habrían sido tiempo suficiente para esa aculturación.

Aunque, por otra parte, los fenicios eran comerciantes, buscaban materias primas para obtener metales, manufacturas como la cerámica o las telas, o su interés podría haber sido el de abastecerse de agua potable y alimentos en los trayectos largos, y Lanzarote no podía satisfacer ninguna de esas necesidades. Dado que, en las islas, no se han encontrado restos significativos de época fenicia que avalen esta hipótesis, nos vemos abocados a una doble opción, o los fenicios no fueron los colaboradores necesarios en el poblamiento y este se debió a otra cultura posterior, posiblemente romanos, o bien, las islas ya estaban suficientemente pobladas a la llegada fenicia a las mismas.

En este sentido hay alguna interpretación de los estudios genéticos que defiende un supuesto diferenciador genético endémico de las islas, y que, en base al ADN mitocondrial, remontaría la llegada a unos cinco mil años atrás, debido principalmente a que, la modificación genética se habría producido en las islas, y no en el continente. Según el autor, no se habría encontrado esa modificación en otras poblaciones del mundo (Pallarés Laso, 2016).

Esta opción parece desestimada ya que Martínez Cabrera (2008), ya habría encontrado la citada modificación genética en poblaciones de Túnez y Argelia, relacionadas geográficamente con Cartago.

En cuanto a las dataciones por Carbono 14, en diversos yacimientos arqueológicos de Lanzarote, estas han arrojado unas fechas de ocupación en torno a 2000 años. Algo que estaría en consonancia con la llegada en época romana (De León, 2010).

Que los romanos conocían las Canarias es algo que no admite duda, Plinio, que vivió entre el 23 y el 79 se refiere a ellas como las Fortunatae Insulae o islas afortunadas, sobrenombre por el que se conocen hoy en día. Descartada la ocupación temprana, la segunda opción es que los romanos llevasen a estos colonizadores a las islas, abandonándolos a su suerte. Los primeros pobladores, quien fuera el que los transportase, llevaron consigo también cabras, ovejas, cerdos, perros y semillas que no había en las islas, por tanto, se trató de una colonización en toda regla, no fue una huida a la desesperada de un pueblo acosado en frágiles embarcaciones. Nadie se perdió en el mar y llegó hasta allí por casualidad. Ya conocían el camino y su intención fue la de colonizar (Cabrera et al., 1999).

Según Bontier y Le Verrier en su crónica Le Canarien, cuando visitaron La Gomera en 1404 preguntaron a los indígenas por sus ancestros, estos contestaron que “un gran príncipe, por algún crimen, los hizo poner allí y les mandó cortar la lengua”.
Abreu Galindo, uno de los primeros historiadores canarios, apoya esta versión diciéndonos que los romanos, tras sofocar una rebelión en el norte de África castigaron a los cabecillas con la muerte, y el pueblo al que pertenecían fue deportado a las Canarias después de cortarles la lengua. Para su sustento les dejaron algunas cabras y ovejas.

De la misma opinión son Alonso Espinosa y Leonardo Torriani, pero fundamentalmente Agustín Pallarés. que se apoya también en el derecho romano, el cual tiene una figura jurídica denominada “castigo insular” que consistía en que los penitenciados eran enviados a una isla desierta.

Otro punto que apoya esta tesis es que, con algunas diferencias, los aborígenes de las distintas islas hablaban variantes de la misma lengua, emparentada con las lenguas camito-bereberes del norte de África. Y su escritura tenía caracteres bereberes mezclados con latinos, de ello deducimos que el poblamiento de las islas se produjo después del 146 a.C., que es cuando Roma conquista Cartago y comienza la dominación romana en el norte africano, esa influencia quedó reflejada en el alfabeto.

Los romanos repetirían esta acción con otros pueblos sublevados, poblando con ellos las otras islas del archipiélago, esta hipótesis también explicaría las diferencias étnicas entre las islas, y por qué desconocían la navegación. Fueron abandonados a su suerte, sin la técnica ni la tecnología para la construcción naval.

Dada la poca utilidad que las islas tenían para el imperio romano, estas y sus gentes quedaron en el olvido tras la caída del Imperio en el siglo V. Su aislamiento perduró hasta la llegada del Genovés Lancelotto, y la posterior irrupción de los europeos.

Los aborígenes en el siglo XIV

Los aborígenes lanzaroteños practicaban una economía de subsistencia y los pocos excedentes se dedicaban a paliar los periodos de sequía, nunca a la exportación. Hacían un uso intensivo de todas las posibles fuentes de alimentación y energía, su base era ganadera, principalmente ovejas y cabras, a la que se añadía la recolección, mayoritariamente pesca y marisqueo. La escasa agricultura se basaba en un cultivo pobre de cebada, de rendimiento muy bajo, al que afectaban en gran medida los periodos de sequía muy comunes en la historia de la isla.

Se han documentado, además, frecuentes plagas de langosta provenientes de África, que arruinaban por completo la cosecha del año. Y también, una enfermedad endémica de la isla que afectaba a los cereales, conocida como aljorra, provocada por un parasito que impedía el granado de las espigas. No es de extrañar que la ganadería, con menor dedicación y trabajo que la agricultura constituyese la base alimenticia de la población. En poco tiempo se alcanzó la sobreexplotación ganadera, los aborígenes no hacían sino repetir lo que ya era tradicional cuando sus ancestros habitaban África, y las consecuencias para el territorio fueron similares a las sufridas allí, los animales se comen hasta las raíces de las plantas consiguiendo su exterminio y le desertización del suelo (De León, 2010).

Tampoco había sílex, material usado en la industria lítica para fabricación de herramientas y los aborígenes se tuvieron que conformar con hacer sus herramientas de basalto, de inferior calidad. Tampoco conocían la fabricación de metales.

Los lanzaroteños construían un tipo de casa denominada “honda”, eran construcciones de piedra, semienterradas en el suelo y con una cubierta en forma de falsa bóveda. Este tipo de construcción les protegía de las inclemencias del tiempo, facilitando la moderación de las temperaturas en el interior de las casas. El clima reinante en Lanzarote de tipo desértico, se caracteriza por una amplia oscilación térmica, altas temperaturas durante el día y bajas durante la noche. El frío nocturno requería hacer fuego para calentarse y también para cocinar, teniendo en cuenta que en la isla no había árboles, y que la vegetación consistía básicamente en pasto y matorrales bajos, tuvieron que utilizar otros combustibles, como las heces del ganado, las cuales, tienen un alto poder calórico (Cabrera, 1999).

El aprovechamiento del agua de lluvia, muy escasa a lo largo del año, se hacía por medio de los “charcos”, contenedores naturales originados por la impermeabilidad del terreno, o “maretas” construidas en piedra, de forma circular, y cuyo objetivo era recoger y almacenar el agua de lluvia. Este sistema también se mantuvo después de la Conquista casi como el único para abastecerse de agua. Existían algunas fuentes, pero su caudal era bastante pobre y en los periodos largos de sequía se agotaban. En 1686 Agustín del Castillo relataba que, cuando las maretas se secaban, debían recorrer hasta cuatro leguas, es decir, dieciséis kilómetros, para llegar hasta las fuentecillas más próximas.

Otra cuestión que llama poderosamente la atención, es el sistema familiar de los lanzaroteños, la poliandria. Las numerosas capturas de esclavos del siglo XIV habrían causado un muy reducido porcentaje de mujeres en la isla. Los europeos las preferirían sobre los hombres por el mayor valor que alcanzarían en los mercados esclavistas del continente. Se dice en Le Canarien, que cada mujer tenía tres maridos que se iban turnando en periodos de un mes, como forma saber de quién eran los hijos engendrados. Otra razón de la escasez de mujeres sería el recurso al infanticidio femenino, como recurso a las limitaciones alimentarias de la isla en periodos de escasez y a la superpoblación (Hernández y Rodríguez, 2001).

La llegada de los primeros europeos

El primero en asentarse fue Lancelotto Malocello, marino genovés descendiente de normandos. Antes y después de la llegada del genovés, habían sido varios los que, desde Europa, habían pasado por la isla a la captura de esclavos que poder vender en los mercados europeos (Cabrera et al. 1999).

Según los cronistas de Le Canarien, la isla estuvo bastante poblada en tiempos anteriores a la Conquista. Pero las incursiones corsarias, genovesas, portuguesas, castellanas y aragonesas, “se los llevaron de cautiverio, hasta que quedaron pocas personas, porque cuando llegamos nosotros, sólo había unas 300 personas”. Abreu Galindo, relata que en 1393 la expedición de Pérez Martel capturó a ciento setenta isleños, al jefe de la isla y a su mujer.

La conquista normanda de la isla fue pacífica según Viera y Clavijo (1772). Los conquistadores usaron a dos de estos esclavos vendidos en Europa como intérpretes, también ayudó que los aborígenes vieran a estos europeos como protectores contra los piratas.

Los normandos se establecieron en Lanzarote con el beneplácito de los aborígenes, pero pronto los traicionaron. El trato empeoró en gran medida, los isleños pensaron que iban a ser tratados como iguales, pero empezaron a trabajar por obligación para el sustento de los normandos. La crónica de Le Canarien, desvela las penurias que pasaron los nobles franceses, acostumbrados a una vida muy refinada, y que tuvieron que pasar un año entero sin vino ni pan, durmiendo en el suelo y acosados por los locales que se habían levantado en armas.

Finalmente, el territorio se pacificó y los aborígenes fueron cristianizados, aunque tuvieron que pasar grandes penurias, ya que la nueva gobernación y la religión que traía, les impuso una enorme cantidad de reglas y leyes que iban en contra de su cosmogonía y tradiciones (Cabrera et al. 1999).

Varias décadas estuvieron los normandos gobernando Lanzarote y son varios los descendientes que dejaron, siendo muy habituales los apellidos Betencourt, castellanizado como Betancor, posiblemente el apellido Curbelo que pudo evolucionar de Courvell. Y Perdomo, que llegaría desde Prudhomme.

Los europeos trajeron consigo una transformación importante de la isla y de la vida de los aborígenes, ya que el sistema económico cambió, se incrementó la producción y los excedentes se exportaron a otras islas. Para ello se introdujeron el caballo y el camello, usados como animales de tiro. En cuanto a los cultivos llegó el trigo que desplazó a la cebada.

Las diversas expediciones que se enviaron en esos primeros años del siglo XV desde España y Francia, llenaron la isla de europeos. Y no solo soldados, también una importante cantidad de artesanos, carpinteros y albañiles, que repoblaron la isla y comenzaron el mestizaje con la población autóctona.

A Juan de Bethancourt, primer conquistador le sucedió su primo Maciot, el cual, a un primer periodo de gobierno en paz y prosperidad, en el que se funda la villa de Teguise sobre lo que había sido la Aldea Grande de los aborígenes, le sigue un periodo despótico. La escasez de tropa con la que contener el ímpetu de la creciente población le llevó a reducir esta, vendiéndolos en los mercados de esclavos europeos (Viera y Clavijo, 1772).

Pronto la situación se hizo insostenible, las revueltas continuas de la población local y la llegada de un nuevo obispo precipitó la salida de Maciot de Lanzarote y la llegada de los castellanos que habían comprado los derechos sobre las islas al anterior.

El señorío castellano

Los castellanos establecieron un sistema señorial, poco menos que feudal. La monarquía castellana había cedido los derechos de explotación y gobernación a un tercero, este sistema amplió aún más si cabe las normas, conductas, tributos y cargas que harían muy dura la vida de la población y al mismo tiempo su disminución. Los distintos señores de las Canarias se sucedían, los abusos y las exigencias aumentaban. Continuamente se requerían isleños para los intentos de conquista de las otras islas. Finalmente, la población se sublevó contra los señores, esto llegó a oídos de la Corona, en aquel momento detentada de los Reyes Católicos, que se decidieron, no solo a intervenir en Lanzarote, sino también a conquistar el resto de las islas del archipiélago (Viera y Clavijo, 1772).

Uno de aquellos señores castellanos, Agustín de Herrera y Rojas, que fue Señor de Lanzarote desde 1545 y Marqués de Lanzarote desde 1584 nombrado por Felipe II, provocó con sus acciones lo que dio en llamarse “guerra de frontera”. Se hicieron diversas correrías en África contra los moros, en las que se capturaron esclavos para utilizarlos como mano de obra en la isla, aunque no parece que fueran muchos, con el transcurrir del tiempo, quedaron en libertad y formaron importantes familias isleñas.

En venganza, los berberiscos, asolaron la isla en repetidas ocasiones. A los muertos en los ataques hubo que sumar los capturados como esclavos y la destrucción de las casas, los graneros y los campos de cultivo. La más grave tuvo lugar en 1618, cuando el pirata Solimán destruyó por completo la ciudad y sus campos, y se llevó a 900 personas, la mitad de su población, según Romeu de Armas (1974), algunos pudieron ser rescatados gracias a la venta de propiedades de sus familiares. Tras cada incursión se producía una lenta recuperación de la población con la llegada de nuevos colonos europeos.
Teguise ya era, en 1596, la población más importante de la isla. El capellán del Conde de Cumberland, el doctor Layfield, describía a Teguise como un poblado de apenas cien casas pequeñas, con tejados de cañas y paja, o de tortas de barro, con una iglesia sin ventanas (Viera y Clavijo, 1772). Leonardo Torriani amplía esta información diciendo que el pueblo contaba con dos iglesias y ciento veinte casas, la mitad arruinada por los ataques moros.

Figura 3. Plano de Teguise en 1686.

A los ataques berberiscos hubo que sumar por aquellos años los intentos de conquista por parte de los ingleses. Fracis Drake o el Conde de Essex, intentaron incursiones en varias islas y fueron repelidos, en algún caso como Lanzarote con piedras y palos, corría el año 1596. Tras ellos también lo intentaron los holandeses. Las Canarias eran la llave para las indias, un objetivo muy deseado.

Por aquellos años, concretamente en 1601, también llegó la Peste a las islas, y no tardó mucho en saltar a Lanzarote, donde tuvo una incidencia moderada.
Eran tiempos convulsos para España, en guerra con las demás potencias europeas y con los musulmanes, por ello eran frecuentes las peticiones que la corona hace a las Canarias, principalmente soldados para los ejércitos en Flandes. Peticiones que se cumplieron, pero con un riesgo enorme para las islas que eran un objetivo prioritario. En 1656 los ingleses vuelven a atacar la isla.

La parte final del siglo XVII es realmente dura para Lanzarote, las continuas levas de hombres para la guerra, la llegada de varias plagas de langosta, y, además, el acoso de los piratas africanos que no cesaban en su empeño de asolar Lanzarote.

El siglo XVIII no empezó mejor, los cuatro primeros años fueron nefastos, la fiebre amarilla castigó la isla con dureza, iba acompañada de una fuerte sequía que provocó una persistente hambruna. Dos años más tarde, una epidemia denominada vómito negro de la Habana acabó con la vida de 6.000 personas en el conjunto de las islas y despobló Lanzarote una vez más (Viera y Clavijo, 1772). En 1721, otra epidemia, en este caso tifus, también asociada a una sequía dejó 7000 muertos en Gran Canaria, y afectó también a Lanzarote (Hernández y Rodríguez, 2010).

Era regente en aquel momento el Marqués de Valhermoso, administrador nefasto, según Viera y Clavijo, quién, entre otras cosas, hizo circular moneda falsa, vació las arcas en beneficio propio, implantó una disciplina férrea a la población y se comportó como un auténtico dictador. Pero quizá lo que más empobreció a los lanzaroteños, sobre todo agricultores, fue la especulación, favorecida desde el gobierno de las islas. A veces y por diversas razones, los agricultores necesitaban pedir semillas a préstamo, si la cosecha no daba frutos debido a la sequía, las plagas o los saqueos, los agricultores eran embargados perdiendo todo. Se documentan cientos de casos en los numerosos libros de Juicios de Conciliación. El poder político los abocó a la pobreza, incluso si la cosecha era muy buena, también tenían problemas ya que el precio de mercado bajaba por debajo del precio de coste (Hernández y Rodríguez, 2001).

En palabras de Hernández y Rodríguez (2010), “el siglo XVIII fue un siglo negro para la historia de Lanzarote, miles de habitantes se vieron obligados a dejar su tierra con destino a Tenerife y Gran Canaria, además de los que partieron para algunos países americanos”, “en la Laguna los mendigos de las dos islas se amontonan en sus calles”. En mayo de 1727 se informa al obispo de que, en Teguise, los niños son abandonados en las puertas de las iglesias, las familias no pueden alimentarlos y muchos mueren de inanición.

En relación a la labor de los religiosos en las islas, presentes en Lanzarote desde el primer momento de la llegada normanda en 1404, Viera y Clavijo (1772), hace una relación de los conventos y monasterios. Los frailes franciscanos son los primeros en instalarse en Teguise, su convento de la Madre de Dios de Miraflores se construye en 1558, y en 1726 llegan los dominicos. Entre los frailes hay lectores de gramática y maestros de primeras letras. Con una presencia tan cuantiosa parece que la educación de las gentes de Teguise estaba asegurada, las congregaciones tenían como misión principal la alfabetización del pueblo y su cristianización.

La erupción volcánica de 1730

La erupción volcánica fue el dramático colofón. Nuestros protagonistas, las nueve familias, ya no se encontraban en la isla, hacía seis meses que habían zarpado hacía Tejas, librándose de la mayor catástrofe que ha asolado las islas Canarias en toda su historia. Se fueron antes, como si hubiesen tenido la premonición de que algo grave iba a suceder.

Según Agustín de la Hoz (1962), esta migración, que más parece una huida de las durísimas condiciones de vida, también pudo ser debida al temor que los volcanes, y los terremotos, infunden en la gente. Desde 1726 la actividad volcánica se había disparado, muchos pobladores del interior, de Teguise, se habían trasladado al Puerto de Arrecife y vivían penosamente en endebles chabolas.

Los habitantes de Lanzarote ya sabían de la actividad volcánica de la isla, ya que su territorio, relativamente plano estaba jalonado de conos volcánicos de época prehistórica, que la atravesaban de Este a Oeste (Carracedo y Rodríguez, 1991). Por otra parte, las erupciones volcánicas habían sido frecuentes en otras islas del archipiélago, en 1704 otros volcanes explotaron en Tenerife, por tanto, la población sabía perfectamente a qué se enfrentaba.

En el caso lanzaroteño leemos a Pallarés Padilla (2007), que haciendo referencia a los escritos del archivo de Simancas nos dice “las tierras están incapaces de cultivo, los aljibes y mareta sin agua y perdidas totalmente las acogidas; las casas casi tapiadas, los pajeros trabajosos; … …dichas arenas (cenizas del volcán) han cubierto no sólo las vegas, tierras y lugares expresados, sino también todo lo montuoso y términos de los ganados mayores”.

La isla tenía una parte central llana donde se encontraban las tierras más productivas para el cultivo. Fue precisamente esta zona la peor parada por las erupciones volcánicas y en la actualidad se puede ver la gran mancha negra que recorre toda la parte central de la isla, debida a las coladas de lava.

Las primeras medidas que toma la autoridad, en concreto el gobernador de las Canarias, son las de prohibir a la población salir de la isla. Esta medida, que a priori parecería inhumana, no lo es cuando se conocen las motivaciones. Los gobernantes canarios ya tenían experiencia con los episodios volcánicos en las otras islas, estos habían sido siempre breves y localizados en una parte del territorio, dejando el resto hábil para que la población estuviera a salvo.

En primer lugar, trataron de evitar una desbandada general de los habitantes hacia las otras islas, dejando atrás todo alimento y medio de subsistencia, y causando un problema humanitario que afectase, no solo a los habitantes de Lanzarote, sino también a los del resto de las Canarias, para ello prohibieron a cualquier embarcación llegar hasta la isla y cargar viajeros o cualquier cantidad de grano. En segundo lugar y quizá lo más importante era la defensa de la isla, ya que España estaba en guerra con Inglaterra y la milicia formada por los vecinos era casi más importante que los militares profesionales establecidos en la isla, debiendo responder a las amenazas como un soldado más (Carracedo y Rodríguez, 1991).

Como se ve, el equilibrio entre población y territorio de todo el archipiélago, era muy débil, y un aumento imprevisto en la población de una de las islas podría acarrear problemas humanitarios graves. Este equilibrio era aún más precario en Lanzarote, donde los recursos naturales eran muy escasos.

Figura 4. Fotografía aérea de la isla con las alineaciones de volcanes, y el contorno de la zona arrasada por la erupción de 1730.

Estudio genético de la población canaria

En 1952, Guash hizo un estudio teniendo en cuenta el grupo sanguíneo RH, el resultado fue que, las Canarias en su conjunto tenían la típica población europea con cierta mezcla africana. En estudios posteriores usando grupos sanguíneos y marcadores enzimáticos se llegó a la conclusión que el 74% era población procedente de Europa, el 23% provenía del norte de África y solo el 3% del África subsahariana.

Años más tarde el Departamento de Genética de la Universidad de la Laguna decodificó el cromosoma Y de la población masculina para descubrir que el 90% de los hombres tenían un origen europeo mientras solo el 10% restante era africano.

Este resultado concordaba con lo que la arqueología y la antropología ya habían adelantado que, a consecuencia de la Conquista europea y las guerras derivadas, muchos hombres indígenas habían muerto, y la repoblación había sido continua con hombres europeos, que dieron origen al mestizaje con las mujeres aborígenes menos afectadas por la Conquista. Este mestizaje había sido el responsable de que se conservaran linajes genéticos aborígenes en la población actual.

Fregel Lorenzo (2010) nos dice que, mediante estudios genéticos actuales, la aportación peninsular al ADN canario es de un 90% en el caso masculino y un 67% en el femenino. La situación en el siglo XVIII estaría en un punto intermedio, algo que evidencia el fuerte impacto de la Conquista y posterior repoblamiento de las islas.

Algunas consideraciones

Tras el relato histórico de lo acontecido en Lanzarote hasta la partida de las nueve familias, y la situación imperante en la isla en ese momento, conviene aclarar ciertos aspectos que han generado dudas en la historiografía posterior.

De acuerdo a los documentos reproducidos por Fariñas en su artículo (2006), y en concreto, una escritura de compraventa de Juan Leal Goraz, quién vendió todas sus propiedades al alférez Rafael Garcia. Dichas propiedades, a pesar de encontrarse separadas físicamente se vendieron al mismo tiempo, a la misma persona, por un precio de 2.084 reales, desglosados en 854 como pago en metálico y los 1230 restantes en especie, en concreto 30 fanegas (sacos de 55 litros) de trigo y 130 fanegas de cebada. En estas propiedades se incluían campos de labranza, la vivienda principal, una mareta, aljibes y graneros.

En otro documento, Juan Leal cede al mismo comprador un único aljibe “valorado en 2.000 reales”, a la puerta de la que fue su vivienda, para que fuese erigida una capilla en la que dar misa. Que vendiese todas sus propiedades, su vivienda y sus campos de labranza por el valor de un aljibe y además, lo hiciese aceptando especie como parte del pago, parece indicar que la venta no fue en absoluto ventajosa.

El tercer documento que aporta Fariñas en su artículo es una providencia para que se repartan las tierras a los colonos llegados de España, con la orientación y las medidas de las divisiones. Al comienzo del mismo se hace mención de que ya se dieron providencias anteriores para “el transporte y conducción de las quince familias que vinieron de las Yslas Canarias y van a poblar al presidio de San Antonio de Vejar”.

En el mismo documento quedan relacionados los animales que recibió cada familia: “Y para que puedan criar ganados mayores y menores, el dicho Gobernador dará a cada familia, Diez ovejas de vientre y tijera con su macho, diez cabras con el suyo, cinco puercas con macho, cinco yeguas con el suyo y cinco vacas con su toro”.

En cuanto al sistema de riego supuestamente introducido por los canarios en América, o “sistema canario de riego”, basta decir que la construcción de “ríos artificiales” o canales para la distribución de agua, puede ser incluso anterior a la llegada del Neolítico en Europa. Que las primeras civilizaciones en el medio Este y sobre todo la egipcia, basaron su evolución y progresión en el dominio del agua potable, gracias a los canales artificiales de irrigación. Que ya las ciudades griegas y fundamentalmente las romanas canalizaban el agua, a veces desde más de cien kilómetros para abastecer sus ciudades y campos. Que los árabes trajeron a la península en su conquista un refinamiento del sistema de transporte de agua que aprendieron de los bizantinos, el cual implantaron profusamente en el levante español, sistema que aún funciona en nuestros días, y que hoy en día se denomina con un vocablo árabe, acequia.

Según Granero (2003) “con la llegada de los colonizadores peninsulares a Canarias, se extendieron e intensificaron los primitivos sistemas de regadío que ya se disponía en Canarias”. Habla de las islas montañosas, no dice nada de Lanzarote, de la que sabemos que se construían “maras” para embalsar el agua de lluvia, único recurso acuífero.

Este “sistema canario” recogía el agua de los manantiales en las montañas y la trasladaba por pequeñas acequias hasta formar una “gruesa”, una única acequia que contenía la suma de todas las pequeñas, con el objetivo de tener cauce suficiente para el riego, después esta gruesa se dividiría en otras más pequeñas que transportaban el agua hasta los distintos campos. No es ninguna novedad, no es un invento canario, es el mismo sistema que utilizan la inmensa mayoría de regadíos en el mundo.

Citando otra vez a Granero (2003) “En Canarias, se implantaba la forma de distribución empleada en Alicante y Murcia, en la cual el agua se dividía por igual entre regantes, en lugar del sistema valenciano en que se hacía un reparto proporcional en función del tamaño de la tierra poseída”. A este sistema de reparto se le llamó “dula” que es otra palabra de origen árabe, por tanto, llevada por los peninsulares a su llegada a las islas después de la conquista. Esta dula dio origen a otra modalidad denominada secuestro en que el regante podía vender su derecho a regar a otro agricultor. Repetimos, nada que no estuviese inventado ya.

Tampoco era un sistema nuevo en América, los Aztecas abastecían Tenochtitlan con un acueducto o acequia mucho antes de que llegasen los españoles, y estos mejoraron el sistema implantando una amplia red que daba agua a las casas y campos incluso después de desecada la laguna. Y por supuesto, también en San Antonio, la Misión y el Presidio eran regados por lo que se llamó “la acequia madre”.

Conclusiones

La “emigración canaria” de 1730 a San Antonio, Tejas, ha sido tratada siempre, a un lado y otro del atlántico, con supuestos más cercanos a la épica y la fantasía que a la realidad histórica. Aventura dibujada más por novelistas que por historiadores.

“Desde el principio se pensó en los canarios por su laboriosidad y adaptación al suelo americano”, “desde Veracruz siguieron por sus propios medios hacia Tejas”, “los canarios llevaron a Tejas su sistema de regadío”, “emigraron a América debido al tributo de sangre por el que cinco familias de cinco miembros cada una debían partir a las islas por cada tonelada de mercancía recibida en los puertos isleños”, “los canarios fueron llevados a San Antonio para mantener la pureza de sangre española en Texas”, “Juan Leal Goraz era concejal en Teguise”, son frases muy habituales, tanto en libros de historia supuestamente serios, como repetidas por conferenciantes y personajes de cierta responsabilidad política y social.

Parece que los emigrantes no fueron elegidos por ser más capaces que otros españoles. Se establecieron unos requisitos, entre ellos ser familias con hijos, y que viajaran de forma voluntaria. No se admitieron solteros, aunque si viajó uno declarando ser novio de una de las viajeras con el fin de casarse en el viaje.
Todo indica que pertenecían a un estrato social muy bajo, eran prácticamente analfabetos. Siendo en su mayoría niños, resultando extraño que ninguno aprendiese a leer y escribir, a pesar de la importante presencia religiosa en la isla, encargada de la educación. Una causa podría ser que estas congregaciones se encontraban en Teguise, la capital que concentraba al 88% de la población y no llegaban a las aldeas en que vivían estas familias emigrantes.

Todas las familias se definieron como labradores sin otro oficio reconocido, parece ser que ese fue el requerimiento, en San Antonio, se les entregaron tierras de labranza y animales para criar, herramientas y semillas. Todo lo necesario para garantizar su supervivencia y autosuficiencia. No hubo una petición expresa por parte del Rey en cuanto a que tuviesen algún oficio, ya fuera carpinteros o albañiles, esas labores ya estaban cubiertas por los indios de las misiones, a los que los frailes enseñaban distintos oficios. En definitiva, no se esperaba que trabajasen para otros, sino para su propia subsistencia.

De los estudios genéticos muestran que las islas se repoblaron continuamente con gentes europeas, principalmente hombres peninsulares. El 90% del ADN de los habitantes de las Canarias tiene un origen español frente a solo el 10% aborigen, por tanto, las islas actualmente están pobladas por descendientes de “conquistadores europeos” que se hibridaron con la escasa población local.

Del estudio genético se obtiene otra conclusión interesante relacionada con la emigración a América, y es que, el objetivo de la Corona, en el repoblamiento de Tejas, nunca fue el de mantener la pureza de sangre española, como así afirma algún historiador norteamericano. De haber sido esa la intención, se habrían seleccionado castellanos y no canarios de los que ya se conocía su mestizaje.

Queda probado, a través de la documentación existente, que hablar de “tributo de sangre”, en este caso, es una barbaridad de tamaño descomunal, el coste de este viaje para la Caja Real fue desproporcionado y no compensaría en ningún modo por el valor de una simple tonelada de mercancía. Por otra parte, Juan Leal vendió voluntariamente sus posesiones para irse en un viaje sin retorno, no parece que fuera obligado. Además, el objetivo de las autoridades siempre fue sujetar a la población en Lanzarote para defenderla de cualquier invasión, y en su petición, el Rey especifica que sean familias que voluntariamente quisieran partir a colonizar Tejas, no habla de tributo de sangre en ningún momento.

Lanzarote siempre fue un lugar muy agresivo con sus habitantes, es un medio natural que no coopera, una tierra de carencias que, a lo largo de su historia mantuvo un equilibrio muy débil entre territorio y población. Se puede afirmar que la isla sufre de escasez crónica de recursos básicos para la supervivencia humana, principalmente agua, de la que dependen otros recursos. Todo ello influyó en los modos de vida de la población local y en su flujo.

De la consulta, cotejo y comparación entre la información contenida en la bibliografía española y la norteamericana, este investigador ha llegado a la conclusión de que se ha magnificado la aportación de este grupo en la fundación de San Antonio. El número aquilatado de diez familias canarias convertidas en dieciséis a la llegada a San Antonio se debe a que durante el viaje se produjeron distintos casamientos entre los viajeros y con ello se aumentó el número matemático de familias, no así el de personas, que permaneció invariable, cincuenta y seis personas, casi todos ellos niños de corta edad.

En este sentido, también se ha trabajado en ocultar el número real de habitantes en San Antonio a la llegada de estos colonos españoles, no incluyendo en el conteo los numerosos indígenas de varias etnias que vivían y trabajaban en las misiones y en la villa, y que también debieron ser contados por ser súbditos españoles de pleno derecho como lo reconocían las leyes de indias.

No ha sido posible verificar por parte de este investigador que Juan Leal Goraz tuviese alguna responsabilidad política en Teguise, a pesar de que, en alguna pequeña biografía a la que he tenido acceso, se dijese que había sido concejal en el cabildo de aquella ciudad. En los documentos aportados por Fariñas, ya referenciados, Juan Leal figura como residente en la pequeña aldea de San Bartolomé, no en Teguise, que albergaba al 88% de la población de la isla. De haber sido concejal en Teguise, resulta extraño que viviese en una aldea, lejos de la ciudad, sus hijos no tuviesen acceso a una educación, y principalmente, que embarcase a toda su familia en esta aventura, teniendo en cuenta, además, que, en aquella época, los cargos de responsabilidad en los ayuntamientos eran desempeñados por personas bien situadas en la sociedad local. Vendió todas sus propiedades por poco más de 2.000 reales cuando, como él mismo declara, un simple aljibe ya estaba valorado en esa cantidad.

No es cierto que estos colonos viajasen por sus medios ya que fueron escoltados en todo momento por soldados españoles que les dieron protección durante el viaje a un coste enorme, en un momento en el que un viaje de estas características era una tarea harto complicada. A su paso por Cuautitlán, actualmente un ayuntamiento al norte de Ciudad de México, Juan Leal pidió audiencia con el Virrey al que solicitó, y le fue concedido, un apoyo mayor en caballos, herramientas y provisiones.

El viaje y asentamiento corrió por cuenta de la Corona española, incluyendo la compensación económica por persona y día, sin la cual, el grupo no habría podido abandonar Lanzarote, ni la penosa existencia que allí llevaba.

A la llegada a San Antonio se les dieron las mejores tierras, que ya eran trabajadas desde hacía una década por la población local, algo que ocasionó tremendos problemas sociales. Y la guarnición del presidio les volvió a proteger de los agresivos indígenas que moraban en Tejas, misión que tuvo un gran coste en vidas humanas.

Si aprovecharon la oportunidad o no, es algo que excede el objetivo de este artículo, debieron hacerlo a tenor de las personas que hoy en día declaran ser descendientes de “los canarios que fundaron San Antonio” en 1731, aunque la ciudad actualmente y con buen criterio, celebre 1718 como el momento real de la fundación. Personas a las que es preciso recordarles que son descendientes de españoles, ya que esa era la nacionalidad de sus ancestros hasta que, en 1821, decidieron convertirse en mexicanos.

Finalmente, se ve claramente el intento de minimizar la intervención española y potenciar la canaria, por un interés político y económico actual, sin tener en cuenta que, en 1731, las Islas Canarias como las conocemos hoy en día, administrativamente hablando, no existían, todos los territorios pertenecían a la Corona, y sus habitantes eran españoles. Incluso Juan Leal Goraz, al ser preguntado en San Antonio, se definió orgullosamente como español, no le faltaba razón, porque tanto su sangre, su cultura, su lengua, y su pasaporte, en el caso de que hubiera tenido uno, así lo atestiguaban. Por tanto, en este caso más que en ningún otro, parece más justo llamarlos españoles de las islas canarias, como así se reconocían ellos mismos.

JORGE LUIS GARCIA RUIZ.
TEGUISE, LANZAROTE, AÑO DEL SEÑOR DE 1730. HISTORIA Y SITUACIÓN A LA PARTIDA HACIA TEXAS.
ARQUEOLOGO Y DOCTORANDO EN HISTORIA, UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID ©2017

 

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