Paisaje rural de Guatiza

El ejemplo de la vega de Guatiza (Lanzarote, Archipiélago Canario) ilustra uno de los últimos reductos del cultivo de la cochinilla en España. Este parásito de las tuneras fue utilizado hasta épocas recientes para extraer tinte vegetal, pero hoy se encuentra en crisis por las dificultades de su comercialización. Se trata de un cultivo artesanal, sabiamente adaptado a unas condiciones climáticas extremas en terrenos volcánicos, que ha dado lugar a un singular paisaje agrícola.

Muchos de los paisajes agrícolas que todavía observamos nacieron en un contexto social y económico diferente al actual. Hoy tienen enormes dificultades para garantizar su futuro, porque han dejado de ser económicamente rentables. Sin embargo son la expresión de una cultura colectiva, de sabiduría acumulada durante años, que les ha permitido  relacionarse con el medio, extraer recursos e incorporar al paisaje componentes muy especiales, tanto intangibles como tangibles. Entre ellos, destacan los siguientes: la memoria del agua, el trabajo de la tierra, las técnicas de cultivo, el orden de muros y bancales, la organización de caminos, o la distribución de las viviendas, entre otros. El cultivo de la cochinilla que todavía se realiza en la isla de Lanzarote (Archipiélago Canario), es un buen ejemplo de  todo ello. Representa una de las pervivencias más singulares de este tipo de cultivo en el ámbito de la Unión Europea y, si atendemos a su extensión, también de Canarias, donde hoy  prácticamente ha desaparecido.

En las primeras décadas del siglo XIX se introducen en España, procedentes de América, los nopales –higueras tunas, chumberas o tuneras (Opuntia ssp.) – y, con ellos, el parásito Dactylopius coccus, que se fija y cría en esa planta y recibe la denominación popular de cochinilla. El interés comercial por este parásito, utilizado para extraer tinte natural de color rojo carmesí, fue de tal calibre que, hacia la segunda mitad de ese siglo, su cultivo se generalizó por casi toda Canarias. La aparición de los tintes artificiales, ya en el siglo XX, ocasionó la primera crisis de este cultivo, así como la drástica reducción de la superficie dedicada a su  explotación. Aunque en las últimas décadas se ha retomado el interés por los tintes naturales, mucho más inocuos que los sintéticos, esta vez serán países latinoamericanos –donde la mano de obra es mucho más barata- los que inunden el mercado de una cochinilla obtenida a más bajo coste. Actualmente este tinte es utilizado en alimentación (colorante de yogures, caramelos, etcétera), cosmética, así como en la industria textil o farmacéutica.

En Lanzarote, una arraigada tradición familiar explica la pervivencia de este cultivo y de su singular paisaje. Pero este producto tiene actualmente dificultades para competir en los mercados internacionales, pues los salarios en la isla, tras el desarrollo turístico experimentado,  son más elevados que en los otros países productores. Y es que se trata de un cultivo donde todas las tareas que requiere son artesanales, desde la plantación de las pencas de tuneras, la infección de las mismas por el parásito, hasta la recolección, secado y envasado de la cochinilla.

El “paisaje de la cochinilla” se ha conservado de forma significativa en las vegas de Guatiza y Mala, localizadas en la parte centro oriental de Lanzarote, en los términos municipales de Teguise y Haría. En esta zona el clima es desértico cálido y seco, con temperaturas medias en torno a los 20º, y precipitaciones que apenas superan los 130 mm. Bajo esas condiciones, pocos son los cultivos que, sin incorporar regadío, pueden desarrollarse. De ahí que la plantación de chumberas (llamadas tuneras en Canarias), planta capaz de soportar largos períodos de estrés hídrico, resultara especialmente adaptada al secano y a las condiciones ambientales descritas.

El relieve de la zona se caracteriza por la dominancia de superficies llanas, desarrolladas sobre depósitos aluviales, y zonas levemente onduladas que se corresponden con las coladas lávicas. Los desniveles más importantes se localizan en el Macizo Antiguo de Famara (apilamiento de coladas antiguas), límite occidental de la vega, y en los edificios volcánicos de Tinamala y Las Calderetas de Guatiza, correspondientes a episodios volcánicos más recientes, y que cierran la vega por su parte oriental.

Mediante la técnica agrícola del enarenado se acondicionaron estos terrenos volcánicos, tanto los de la vega propiamente dicha, como las vertientes orientales que dan hacia el mar al este de los edificios volcánicos antes citados. Esta técnica fue descubierta por los  lanzaroteños tras las erupciones de 1730-1736, al constatar un mejor crecimiento en las plantas de aquellos cultivos que, tras la erupción, habían quedado cubiertos por una delgada capa de piroclastos (pequeños fragmentos de magma emitidos por proyección aérea). Este material volcánico, al solidificarse, presenta numerosos huecos e intersticios minúsculos, por lo que tiene la propiedad de retener la humedad y, gracias a  su carácter aislante, regular la temperatura del suelo y evitar la evaporación. Tras los primeros enarenados de carácter natural, esta práctica se extendió creando también enarenados artificiales, donde se coloca una capa de piroclastos –traída de otros lugares- sobre el suelo agrícola.

Otro elemento muy significativo de este paisaje es el sistema de muros de piedra volcánica con el que se delimitan parcelas y caminos. Incluso, cuando se abandona el cultivo su permanencia junto al matorral colonizador de aulagas (Launaea arborescens) imprime una enorme singularidad a este paisaje. En definitiva, lo antiguo, lo bello y lo escaso, convergen en el “paisaje de la cochinilla” de Lanzarote, rasgos que deberían ser considerados para su protección.

Autora: Emma Pérez-Chacón Espino. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Fuente: www.age.es

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