Agricultura

El que exista agricultura en Lanzarote se debe al ingenio y a la fuerza de voluntad de los mismos isleños. Con la escasa lluvia parece realmente milagroso que exista cualquier tipo de agricultura en la isla. Pero a pesar de todo existe viticultura y agricultura gracias al cotidiano milagro de las cosechas que brotan del picón, negra arenisca volcánica que abunda en la isla de Lanzarote. Hace unos años la mayoría de los campesinos utilizaban camellos para tirar de sus arados.

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Las cebollas son la cosecha principal y la mayoría se exporta a la Península, aunque también acaban en mesas de Inglaterra, Holanda y Alemania. Cualquiera que haya probado las cebollas de Lanzarote dará fe de su delicioso sabor dulce, menos fuerte que las que se producen en otros lugares. Lanzarote exporta cebollas en una cantidad tres veces mayor que la que consume.

También se exportan patatas rojas y blancas conocidas localmente con el nombre de batatas o boniatos y un surtido completo de verduras, entre ellas, la espinaca.

De relevada importancia son las grandes extensiones de terrenos que el agricultor de Guatiza dedica al principal cultivo «LA COCHINILLA» y cuyo nombre técnico es -Dactilopius coccus- es de gran arraigo en la localidad.

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Esta en sí no es más que un parásito que se alimenta de la tunera y en la cual va a desarrollar todo su proceso evolutivo. Una vez extraída a separada de la tunera es secada para a través de un proceso industrial obtener el carmín.

Este insecto o parásito es originario de México y que introdujo en las Islas el farmacéutico Villavicencio, que encontró, no sólo serios obstáculos, sino también la más enconada oposición por parte de los agricultores, escandalizados por el intento de querer ‘infectar» sus tuneras con el desconocido hemíptero.

Por cuanto antecede no es el cultivo de la cochinilla un cultivo autóctono sino que su implantación es más o menos reciente pudiéndolo situar a comienzos del siglo XX aproximadamente (1900). No obstante y a pesar de no ser un cultivo de arraigue histórico en Guatiza, fue esta la principal fuente de riqueza de la localidad.

Los cultivos que más se caracterizaron y que siempre el agricultor ha mantenido son en especial los cereales: Trigo, Cebada, Milla, Garbanzas, Lentejas, Arbejas, etc, así como otros productos como las papas, sandias, melones y otras lo que nos viene a demostrar la enorme riqueza de sus fincas.

También debemos citar el cultivo del tabaco que alcanzó un fuerte apogeo de finales de los años 50 a finales de los 60 donde ya su declive fue tal que dejo totalmente de cosecharse.

Pero esta agricultura tiene su pilar fundamental en la forma de preparar la tierra para esas cosechas, el enarenado. Estos tienen la peculiaridad de estar recubiertos de una rapa oscura de picón o arena, que no es otra cosa que la ceniza de los volcanes, y que tienen la misión de aprovechar al máximo las pocas reservas acuíferas con que cuenta la localidad y en general toda la isla, de tal forma que durante la noche absorbe la humedad ambiental evitando durante el día la deshidratación de la huerta.

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El agricultor de Guatiza siempre ha utilizado como medio de transporte y trabajo en las huertas el burro y el camello, elementos estos de capital importancia en el desarrollo de las tareas agrícolas de la localidad y aun hoy en nuestros días son considerados como elementos primordiales en algunas tareas agrícolas aunque la máquina ya le ha ido sustituyendo en muchas otras.

Sólo cuando las cosas se ponían muy difíciles, los campos eran estériles por la sequía y no había ni agua ni forraje para la alimentación de los burros o camellos, el agricultor se desprendía temporalmente de ellos llevando a los burros al risco de Famara donde lo dejaban en libertad y al que una vez pasada la mala época le volvía a buscar. Con el camello los agricultores se organizaban y sacaban las Camelladas -ganado de camellos- llevándoles de pastoreo por las faldas de Tinamala cerca de la costa a fin de que buscaran su sustento entre las aulagas que encontraban. Eran tiempos que se aceptaban con resignación pero que nos muestra el perfecto equilibrio que mantenía el agricultor con sus elementos de trabajo.

Zonas de cultivo.

Conocemos las noticias de los cronistas normandos sobre la existencia de buenas tierras para las labores agrícolas, pero la fijación de las mismas sobre la superficie insular se convierte en una tarea difícil al carecer de información acerca del grado de transformación sufrido por los suelos de la isla, entre los que hay que incluir la zona sepultada por las erupciones históricas.

La Llanura Central de Lanzarote, lugar de ubicación de los principales asentamientos prehistóricos, es asimismo el área más fértil y apropiada para el cultivo de todo el territorio lanzaroteño. Sus suelos son resultado de la descomposición de rocas basálticas más una cierta proporción de polvo africano traído por los vientos del Sahara, constituyendo las tierras o suelos marrones predominantes en el centro de la isla.

El factor determinante de la feracidad de estos terrenos viene representado por la capa de arena que los recubre. Integrada por pequeños granos calizos y caparazones de foraminíferos arrojados a la costa en Punta Penedo y Bahía de Famara, la arena es arrastrada por los vientos del noreste hacia el interior, formando una película, cuya potencia en época prehistórica no debió ser muy considerable. La cubierta de jable desempeña un papel crucial en el crecimiento de los cultivos, al retener la humedad atmosférica y el agua de lluvia, impidiendo su ascensión capilar y evaporación posterior.

De este modo, pese a la escasez de precipitaciones y la sequía características del clima lanzaroteño, el suelo se mantiene húmedo durante buena parte del año, sólo con el aporte acuífero de las lluvias invernales, o de la elevada humedad atmosférica de la isla. Este fenómeno permitiría a los majos garantizar la cosecha, aunque la mala calidad de la cebada y los años sin agua, frecuentes en la historia climatológica de la isla, redundarían en una productividad y unos rendimientos muy bajos, traducidos en periodos de subnutrición y hambre generalizada, como los conocidos en Lanzarote durante los siglos posteriores a la conquista. La imposibilidad de controlar estos factores causales de origen natural y la necesidad de reducir las repercusiones de estos periodos de crisis alimentaria, explican el estricto control demográfico establecido en una sociedad insular de tales características.

El proceso de cultivo.

El cultivo cerealístico comporta el conocimiento y desarrollo de una práctica agrícola que permita al productor, mediante unas técnicas rudimentarias, cubrir dos necesidades mínimas: mantenimiento y reproducción del grupo humano y la repetición anual del ciclo agrícola. Una parte del grano se consume en el período que va de una cosecha a otra, mientras que el resto se debe reservar para hacer frente a posibles calamidades —sequías, plagas de langosta— y como semilla de la próxima siembra.

Los cultivos se realizarían en pequeños huertos situados en las proximidades de los lugares de habitación, con el fin de facilitar su control y vigilancia. Sus dimensiones debieron ser reducidas, dada la escasa población de la isla y por la importancia del ganado caprino, cuya voracidad y capacidad de destrucción lo incompatibilizan con una agricultura desarrollada. Así lo señala A. Bemáldez, al referirse a la feracidad de Lanzarote tras la conquista:

Ningún autor describe el proceso de cultivo entre los aborígenes lanzaroteños, aunque éste exige de unas constantes, que no difieren en el conjunto del Archipiélago.

Las tareas se iniciarían con la preparación del terreno, mediante su limpieza, que en el caso de Lanzarote se traduce en una labor más sencilla por la menor proliferación de malas hierbas. Antes de la siembra y terminado el ciclo agrícola, los rebaños serian introducidos en los huertos para alimentarse de los rastrojos de la cosecha, remover y ventilar los suelos, e incluso abonarlos. Desconocemos si los campos de cultivo estarían cercados por muros de piedras con el fin de proteger las plantaciones de la acción eólica y de la penetración del ganado, amenaza adicional para los resultados de la práctica agrícola en la isla.

La siembra de la cebada ha de realizarse inmediatamente antes del inicio de las lluvias invernales. Se trata de un cereal bastante resistente a la sequía, que sólo exige una moderada cantidad de agua al principio de su desarrollo y mucho menos al final. La dureza de su cascarilla le proporciona una protección importante hasta la llegada de condiciones apropiadas para la germinación. Además, tolera muy bien los suelos de poca o media calidad, poco profundos, pedregosos y salinos, así como los suelos muy calizos, características que definen los de Lanzarote. En las islas de Tenerife y Gran Canaria, la siembra tenía lugar en los últimos meses del año —noviembre (R. González Antón y A. Tejera, 1981:91)— cuando comienzan las primeras precipitaciones importantes en el Archipiélago. En nuestro caso, es probable que se diese una situación bastante similar, pues los patrones pluviométricos en cuanto a la estacionalidad de las lluvias son idénticos.

Según Abreu Galindo, los lanzaroteños:
(…) sembraban la tierra de cebada, rompiéndola con cuernos de cabrón a mano y, madura, la arrancaban y limpiaban.
(Abreu Galindo, 1977:58)

El empleo en la siembra de instrumentos rudimentarios como los cuernos de cabra o los palos cavadores es un procedimiento usual en varias islas. Con ellos se abrían agujeros de poca profundidad y de forma espaciada donde se depositaba el grano, tapándolos posteriormente con tierra, desestimando así la técnica de siembra al voleo.

La recolección tendría lugar en primavera, por ser la cebada una especie de ciclo vegetativo corto. Sus fechas son difíciles de precisar, aunque probablemente se emprendería en los meses de abril y mayo. Con motivo de ambos procesos, siembra y recolección, se celebraba algún tipo de festividad relacionada con la propiciación de la cosecha. Una vez cumplimentada la recogida del cereal, este se guardaba en recipientes o vasijas de barro de grandes proporciones.

División del trabajo y formas de propiedad

Se ha indicado, con anterioridad, la inexistencia de información relativa a las fórmulas de división del trabajo agrícola entre los aborígenes lanzaroteños. En Gran Canaria y Tenerife, las labores de preparación del terreno y la siembra eran asignadas a los varones, mientras que las mujeres se encargaban de la vigilancia y cuidado de los sembrados, así como de las tareas de recolección. Sin embargo, la ausencia de datos no nos permite aplicar el mismo modelo a una isla como Lanzarote, que presenta una organización social muy diferente a la que encontramos en los dos ejemplos citados.

En relación con la organización de la propiedad de la tierra y de la producción, tampoco disponemos de la información escrita ni arqueológica, aunque podríamos realizar algunas consideraciones aproximativas. En las sociedades tribales, las tierras de cultivo pertenecen a grupos corporativos amplios —familias extensas o linajes, aldeas— donde los derechos de la familia simple se fundamentan en su condición de miembros del grupo propietario, gozando de un privilegio usufructuario. El conferir la propiedad a grupos mayores da a las familias-miembro una especie de garantía inalienable de subsistencia, pues ningún hogar está excluido del acceso directo a los medios de su propia supervivencia. En el caso de Lanzarote, las tierras dedicadas al cultivo de la cebada se reducían a pequeños huertos localizados en los alrededores de los asentamientos, ya fuesen grandes poblados o pequeñas aglomeraciones de viviendas. Las parcelas pertenecerían a los linajes o grupos familiares amplios residentes en ellos. La crónica «Le Canarien» describe las características de los terrenos que recibe el «rey» de la isla tras la conquista:

(…) una casa que se hallaba en el centro de la isla, (Zonzamas) y le dio también unos 300 acres de tierra y bosques alrededor de su morada (…) tuvo las mejores tierras para labrar de cuantas había en él. pero también conocía bien los lugares que solicitaba.
(Le Canarien, 1959:326-328)

Este pasaje permitiría refrendar el aserto anterior. El «rey» lanzaroteño basaría su preeminencia social y política y la de su linaje en Lanzarote, en la posesión de las tierras más ricas de toda la isla, que le habrían permitido ascender en el escalafón social y situarse por encima de los restantes grupos domésticos, convirtiéndose en linaje «real». Los terrenos le serían entregados por J. de Bethencourt tras la conquista en consideración a su alcurnia, como personaje principal de la sociedad lanzaroteña. Otra posibilidad nos llevaría a una situación similar al mundo aborigen de Tenerife, donde toda la tierra pertenecía al mencey. Tanto este como el «rey» de Lanzarote repartirían las parcelas entre las distintas familias, que sólo gozarían de la tenencia de las mismas, reservándose para su linaje los terrenos de mejor calidad. No obstante, este modelo corresponde a un tipo de jefatura más evolucionado del que aparentemente existió en la isla.

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